“Creo fervientemente que toda la revolución tecnológica y comunicacional tiene que estar acompañada por una revolución espiritual, porque sino, no habrá experiencias que nos enriquezcan”, asegura el poeta, escritor y filántropo argentino en este texto que escribió especialmente para GENTE.
Tenía tan solo diez años cuando descubrí “El Principito”, de Antoine de Saint-Exupéry. Nunca un libro me había impactado de tal forma como ese, en aquel momento. Estaba conmocionado y a la vez un poco triste. No podía dejar de preguntarme qué habría sido de este niño tan especial de haber seguido viviendo entre nosotros. ¿Cómo habría sido su adolescencia?
El tiempo pasó, yo crecí, atravesé la adolescencia y esa necesidad de exigir una respuesta al final del libro se fue apaciguando. Sin embargo, a mis 18 años me invadía una sensación de vacío, sentía que no estaba disfrutando de la vida. ¿Cómo puede alguien tan joven sentirse incompleto? Con el tiempo observé que para ser feliz hay que lograr un equilibrio entre la emoción, el sentimiento y la razón. Y eso era justamente lo que me faltaba: vivir con más sentimiento, pues la felicidad se encontraba en disfrutar y valorar cada momento. Fue necesario para llegar a esta conclusión adentrarme en la lectura de libros de superación personal y filosofía, para tratar de entender qué era lo que me llevaba a estar triste y trabajar para lograr estar mejor.
Sin embargo, no fue hasta mis 40 años que logré superar esa tristeza, aunque también me di cuenta de que no es algo fácil de mantener. En ese momento me pareció necesario plasmar lo que me pasaba en un libro y volvió a recurrir en mi cabeza lo que había sentido durante mi infancia, cuando leí por primera vez la obra de Saint-Exupéry. Siempre traté de vivir acorde con los valores que se transmiten en ella, aunque sin dudas no fue fácil y en esa novela tampoco hay pautas de cómo vivirlos. “El regreso del Joven Príncipe” buscó darle una segunda parte a la historia del Principito y transmitir, nuevamente, valores esenciales en la vida de las personas. Quizás, la guía que yo hubiera necesitado leer en mi adolescencia.
Hoy, veinte años después de haber escrito ese libro, y al observar de lejos a ese joven que fui, percibo que los adolescentes se encuentran encerrados en mundos virtuales, pegados a sus pantallas, y que esos valores que busqué transmitir allá por el 2008, cuando se publicó la novela, poco a poco se van desvaneciendo. Se está perdiendo el sentido de la amistad, el relacionarse con el otro, el vínculo afectivo. En la era de las redes sociales solo valen los likes, la cantidad de seguidores o quién tiene la última versión del celular del momento. Creo fervientemente que toda la revolución tecnológica y comunicacional tiene que estar acompañada por una revolución espiritual, porque sino, no habrá experiencias que nos enriquezcan.
Considerar este panorama me llevó a querer escribir un nuevo capítulo en la historia, que tomara el mensaje original de ambos libros. Pero en esta ocasión, su protagonista debería atravesar las mismas situaciones que atraviesan los jóvenes de su edad en el colegio: el bullying, el desentendimiento con los padres, la necesidad por encajar entre pares, el amor, la amistad.
En épocas en las que todo es efímero y veloz, debemos tomarnos el tiempo para pensar y valorar cada pequeño momento de nuestra corta vida. Venimos al mundo a ser felices y, en lo posible, lograr que quienes nos rodean también lo sean. Me ha costado varios años llegar a ese nivel de plenitud, pero a mis 60 años, he llegado a comprender qué es lo que realmente mantiene girando la ruleta de la vida:
- Familia: mantenerse fiel a las raíces y cuidar los vínculos familiares, recordando siempre los valores inculcados.
- Amigos: son la familia que uno elige, con quienes compartimos las penas y las mayores alegrías. Incondicionales.
- Deportes: es primordial mantenerse activo, así sea una simple caminata, un partido de paddle o practicando fútbol o natación.
- Ocio: la importancia de disfrutar de los pequeños momentos: leer un buen libro, ver una película o compartir un juego entre amigos.
- Comer sano: nuestro cuerpo será nuestro hogar durante nuestro paso por este mundo; cuanto mejor uno se alimente, mejor se sentirá.
- Amor: es el motor de la vida, sin él no seríamos nada. Cada acción que realicemos debe hacerse desde el amor.
- Pasiones: es difícil, pero cada uno debe encontrar algo que lo apasione. En mi caso, encontré la pasión en la poesía, las letras y el poder de la palabra.
- Ayudar al prójimo: aunque sea con la más mínima acción, saber que estamos haciendo algo por el otro es un gran paso para la humanidad.
- Abrazar: el abrazo nos ayuda a conectar, un abrazo puede ser sanador.
- Mantenerse actualizado: activar y actualizar nuestro cerebro nos ayuda a comprender a las nuevas generaciones.
- Conectar con la naturaleza: rodearnos de naturaleza nos ayuda a comprender de dónde venimos, a cuidar nuestro hábitat y a conectar con uno mismo.
- Saber poner una pausa a las pantallas: estar constantemente conectados nos perjudica y nos aísla de la realidad.
- Tener fe: todos deberíamos creer en algo. Tener fe nos ayuda a no perder la esperanza.
- Ser fiel a uno mismo: escuchar a nuestra voz interior, respetarnos y no hacer las cosas con el fin de complacer al resto, salvo que surja desde el corazón.
- Ser feliz: es una de las cosas que más me costó conseguir, me llevó mucho tiempo poder ser consciente de qué es lo que realmente me llena.