Siempre que Alejandro G. Roemmers (Buenos Aires, 1958) aterriza en Madrid recibo la llamada del equipo asistente del célebre autor y filántropo argentino. La primera vez fue en el año 2016, para servirle de fotógrafo en la presentación de su libro España en mí y otros poemas, acto que acogió la Biblioteca Nacional con Luis Alberto de Cuenca a la cabeza y que culminó con un cóctel en la terraza del célebre Café Gijón. Pasan los años y la cita con Roemmers se ha convertido en algo ineludible. Esta vez homenajeado por todo lo alto en esa misma Biblioteca Nacional, donde recibió el Premio Ernesto Cardenal de la Concordia y los Derechos Humanos. “Sentémonos acá un momento”, me dice apenas unos minutos antes de recoger el galardón en una ceremonia donde también se reconoció la labor literaria de Elena Poniatowska, Premio Cervantes en el año 2013, por su enorme aportación a las letras hispanoamericanas.
Alejandro Roemmers se ha convertido, tras el fallecimiento de su padre en agosto de 2022, en el rostro más identificativo de la familia Roemmers. Al frente, junto con sus hermanos, de los laboratorios que llevan su apellido, dedicados a la industria farmacéutica, ha logrado traspasar la barrera del multimillonario para convertirse en un escritor, poeta y dramaturgo, reconocido en el ámbito cultural, avalado tanto por premios literarios (Premio Miguel Hernández a su trayectoria poética en 2009) como por el éxito editorial que supuso su primera novela: El regreso del joven príncipe. Aunque su carrera, tanto empresarial como literaria, ha ido ligada siempre a la filantropía, labor social que fue reconocida el pasado año con el Premio San Francesco de la Pontificia Universidad Antonianum.
Como buen argentino, disfruta de la charla amena y distendida, aunque apenas disponga de unos minutos para cerrar la entrevista. “Luego me podés llamar por teléfono y seguimos con lo que quieras”, invita con una enorme sonrisa. Unos días después volveré a verlo en su pied-à-terre de Puerta de Hierro, donde me recibe con otros compañeros de la prensa: Mundo Cristiano. Ricardo Trigo, a la cabeza de algunos de los proyectos solidarios de Roemmers, me insiste mucho en los valores cristianos que refuerzan la labor humanitaria de Alejandro.
—La semana pasada estuvimos con el Papa en Roma, mirá que Alejandro fue el único con el que se paró a hablar… ¡Y estaban todos los Premios Nobel de la Paz! —culmina Trigo lleno de emoción.
La relación de Roemmers con el papa Francisco viene de lejos, ya antes de su pontificado se carteaban y Alejandro le enviaba algunos de sus poemas. El evento al que hace referencia Trigo es el Abrazo Universal por la Fraternidad que Roemmers propuso en el Vaticano hace unas semanas, iniciativa que empezó hace un año en Asís. “Primero hicimos un concierto en la basílica que está justo donde San Francisco creó su comunidad, y ya vino el cardenal Gambetti, que fue quien vivió la emoción de ese primer abrazo y quiso llevarlo a Roma”, rememora Roemmers.
Siempre me he preguntado cómo se forma un filántropo. Alejandro Roemmers, modesto y cuidado de sus palabras, lo tuvo claro desde el principio, cuando su padre, el empresario Alberto Roemmers –hijo del fundador de los laboratorios que llevan su apellido–, le enseñó que los principios de una empresa eran “entregar el mejor producto con un mínimo coste”. “Si eso es la empresa, yo no quiero participar de ella”, le respondió algo desafiante, para terminar convirtiéndose en precursor en la introducción de los conceptos de ética, responsabilidad social empresarial, desarrollo sustentable y espiritualidad en el ámbito de trabajo, en una época en la que poco o nada se pensaba en ello. “Yo al menos nunca lo había escuchado, aunque me parecía algo básico”.
—¿Cómo convenció a su padre?
—Nunca es fácil hacer cambiar a una persona mayor, y menos si es tu padre… Pero la empresa son grupos humanos que hay que motivar y liderar, nosotros, cuando digo nosotros me refiero también a mis hermanos, estuvimos en todas las tareas de la empresa, así que fue una cosa que fuimos haciendo de a poco. El cambio de forma, y también espiritual, se produjo cuando fuimos conociendo a la gente, formando equipo y diálogo.
La relación de Alejandro Roemmers con España viene de lejos. “Lo primero que me enamoró de España fue su paisaje, sus monumentos, la España física, la sierra de Guadarrama, El Escorial, iba a todas partes con mi moto”, me dice antes de revelarme el auténtico motivo por el que tuvo que venir aquí. “Si bien en la escuela te enseñan lo básico, el Siglo de Oro y esas cosas, no conocí verdaderamente España hasta que tuve que exiliarme acá. Argentina estaba en guerrilla y había multitud de amenazas, en mi colegio secuestraron a dos de mis compañeros [relata mientras trata de recordar más detalles]. Fui a visitar a uno de ellos cuando lo soltaron, allí me dijo que fue presionado para dar nombres de compañeros que pudieran pagar rescates importantes y que había dado el mío. Así que mi padre decidió que termináramos los estudios aquí… Hice COU en Los Rosales y empecé mi primer año de Empresariales”.
Aparte de su comprometida carrera como empresario, el éxito literario le llegó con El regreso del joven príncipe, la continuación espiritual de El Principito, de Saint-Exupéry, que vendió más de tres millones de ejemplares. Antes de su llegada a España, presentó en la Feria del Libro de Buenos Aires una segunda parte: El joven príncipe señala el camino. Sin embargo, en la vida de una de las mayores fortunas de Argentina también ha habido fuertes batacazos: “No solo fue la muerte de mi hermano, también perdí dos amigos muy queridos de joven”. Su hermano menor, Andreas Christian, falleció en 1998 en un accidente de parapente.
—¿Cómo afronta estas situaciones desde lo personal? Me puede decir que se va 15 días a una clínica en Suiza… —bromeo para tratar de suavizar el tema.
—No… [Ríe] No hay clínica ni en Suiza ni en ningún lado… La fe es mi gran apoyo, sobre todo en los momentos difíciles. Pero, por encima de todo, el amor es esencial para saber aceptar lo que Dios nos da o nos quita. Debemos tener una aceptación porque la vida es un regalo, Dios no nos crea para el sufrimiento, por eso tenemos que apuntar hacia la felicidad, no solo la nuestra, también la de los demás. Ese es el principal motivo por el que debemos ayudar a los postergados, los humildes y a los más necesitados. Y también poder perdonar, si no somos capaces de ello es muy difícil ser feliz y tener una buena vida…
Uno de sus asistentes se acerque nervioso para interrumpirnos. El acto está a punto de empezar. El director de la Fundación Internacional Ernesto Cardenal, Óscar de Baltodano, y la presidenta del Consejo de Estado, Carmen Calvo, están levantando acta. Alejandro Roemmers se dirige a su silla de homenajeado. “Recuerda que me puedes llamar si se te quedó algo en el tintero”, insiste. Unos días después, en su casa, recordamos nuestra charla, reímos y me cuenta un montón de historias, proyectos en Mozambique con el padre Bender, en las barriadas argentinas e incluso revelaciones místicas… “Pero estas dejémoslas off the record de momento, puede que las escriba algún día”, sentencia sacando su infatigable pluma de escritor.