
Mística, viajes, descubrimientos y misterios se entrelazan en la poesía de Alejandro Roemmers, una voz situada en las luces del panorama literario de Latinoamérica, para entregarnos una lírica cargada del espíritu que tiene toda la imprescindible literatura.
Por Carolina Zamudio
Todo lo inolvidable
Todo lo inolvidable
queda como el amor
en los contornos de la noche
y quema nuestros días
con el ansia de una fiebre.
Es el canto dormido
en la cuerda rota
de un instrumento olvidado,
que fue luz en el umbral
y permanecerá por siempre
en el eco de las sombras;
un perfume que ya no existe
pero continúa estando allí;
unos ojos que nos miran siempre abiertos;
un frase persistente
de lo que nunca fue dicho
y ya no nos pertenece,
pero que se resiste a morir.
Todo lo inolvidable
escapa al cerrojo del insomnio
como agujeros que perfora la memoria
en las puertas blindadas de la nada.
Y sin embargo,
contra el caos anónimo del abismo
de una partitura absurda,
fuimos dos notas que se encuentran
con la precisión del acorde
de una sencilla melodía,
en la que el tiempo se vuelve un susurro
y las almas se entienden sin hablar.
Viajeros de una vida errante,
recorrimos nuestros propios desiertos
para dejar atrás las cenizas
de los miedos y los sueños.
Ambos con las huellas
de antiguas caricias que se pierden
en la bruma de los otoños
que ya nunca seremos.
Cada uno sin las sonrisas
que una tarde levantaron vuelo
desde nuestros rostros ausentes
como campanas de silencio
hacia un destino invisible.
Dos llamas que arden
en un mismo fuego.
Dos puñales que laten
en una misma herida,
sin estridencias ni alardes,
como dos ríos que se entrelazan
para acompañarse hacia el mar.
Todo lo inolvidable es eterno,
como los besos que me diste
y los que ya no te puedo dar.
Mira el mar por mí
Mira el mar por mí, querida amiga.
Descifra el revés de las olas,
la trama de su ritmo.
El consuelo de la arena
donde rompe el océano
su cántaro de llanto.
Mira su inmensidad azul o gris
según el humor del cielo que lo abriga.
Adivina sus misterios profundos,
el lecho donde convoca a las criaturas
de sus sueños salados.
Mira el mar por mí, querida amiga.
Absorbe la tarde hasta el horizonte
donde deja sus recuerdos
el relieve de algún barco.
Inspira su fuerza,
acaricia sus aves,
refresca tu mirada en su espuma.
Y cuando estés rebosante
de viento, de luz y transparencia,
regresa a nuestro hogar humilde
en este pequeño pueblo
donde cada día te espero.
Sin ver más allá de la arboleda
sabré encontrar en tus ojos
la saciedad de mi añoranza.
Morir lo imprescindible
Elegía a Esther de Izaguirre
Es hora de morir lo imprescindible
y rebrotar lo necesario,
de rescatar tu palabra esencial y despojada, hecha de perfección y de extravíos.
Poemas con voz de lámpara y voz de vida,
como un adiós que no decimos,
que entregan su dolor a cielo abierto,
en una tierra de cunas y presagios,
de estridencias y recóndita armonía,
como entrega el instrumento toda el alma en un sonido.
Es tiempo de regresarlos de la noche,
de la extraña editorial del desperdicio,
del limbo inesperado del azar
y la biblioteca de la desmemoria.
Inventaré una primavera, una cualquiera,
en un mercado amable y desierto,
para ofrecer tus culpas y tu pena,
para que renazcan tus entrañas amarillas,
con la alegría animal de los campos en septiembre,
y algo de ti, responda que has vivido,
y algo de mí, denuncie que no has muerto.
Es hora de liberarlos de los senderos angostos
y arrancarles la tumba que los clava al suelo por el socavón del pecho.
Para que con sus alas abiertas,
inagotables en sí mismos,
trasciendan los horizontes,
rebosantes de viento.
No es tiempo de máscaras,
de ser otro y gritar ausente.
No es tiempo de abandonar los sueños como guitarras con las cuerdas rotas,
o semillas sedientas en los surcos mendigos de la tierra.
Ya pasó el tiempo que lastima,
el largo peregrinaje de la ilusión buscada,
el tiempo de la nada y de la queja,
el profundo invierno de la melancolía,
en que secaste a un Dios lejano
la fuente incomprensible de sus lágrimas.
Que el áspero tronco
recobre manos de azucena,
que del tiempo pasado
queden apenas vestigios de cobre en las monedas,
y en la sonrisa que despunta,
una sospecha de emboscada
y alguna limosna de tristeza.
Quiero torcer tu destino lacerado, irrescatable,
detener la sombra de Dios
sobre el calvario estéril de tu mano;
resucitar el manantial intacto de tu infancia;
tocar tus llagas restañadas;
contemplar juntos otra vez lo que no dura;
abrir en el tiempo un resquicio para amarte,
allí donde el dedo de la noche me señale el agujero en tu costado,
por donde te nace la poesía como un ala.
Quisiera hundirme hasta tocar fondo en los abismos para que sin morir, amanecieras.
Revivirte, con banderas de luces y milagros,
con esas ansias de hacer trizas la cordura
y ese insensato amor a la poesía.
Regresarte, serena y ligera,
como una mínima brisa del otoño
en el aire tranquilo de una confidencia.
Verás, que vuelven a jugar los duendes de la siesta por los patios enrejados de la casa.
Y en el huerto fértil de tu página blanca,
volverán los pájaros del tiempo
a detener su rojo desenfreno.
Acallarás la duda de no estar despierta
y volverá al cauce de su geografía
el río desbordado de tus miedos.
Predicadora, profeta o guerrillera,
tú, la sacerdotisa del amor,
me ayudarás a rescatar del olvido cotidiano,
las pequeñas cosas que abandona a su paso la existencia.
Porque el amor es eso:
descubrir los abismos y dejarnos
con los ojos benditos y despiertos.
Entera de luz, recién creada,
quiero beber contigo todas las estrellas,
porque esta vez el tiempo…
¡Esta vez el tiempo no llegará primero!
Será apenas, en su eternidad desierta,
una esfinge de amatista
rendida a la pasión tenaz de tu palabra,
esa terca oración de tu ceniza,
y tu insaciable sed de paraísos.
No importa morir lo imprescindible
si ha de rebrotar lo necesario.
No importa que anochezca
y contemples la otra orilla con los ojos ciegos:
si el amor es tu centro,
si del amor te naces,
por él escribes,
desde el amor existes
y en el amor te encuentro.
Alejandro Guillermo Roemmers (Buenos Aires, 1958). Su obra abarca diversos géneros literarios. Ha publicado los libros: «Soñadores soñad», «Ancla fugaz» (1995), «España en mí» (1996), «Más allá» (2001), «Como la arena» (2006) y «La mirada impar» (2014). Cada uno de ellos explora temas universales como el amor y la interconexión del ser humano con la naturaleza y lo divino, consolidando su estilo único que combina profundidad existencial con una visión mística del mundo. Su habilidad para transformar la incertidumbre en una fuerza creativa, plena de metáforas que iluminan el mundo con palabras precisas, convierten su poética en una poderosa herramienta de acción. Su obra lírica trasciende en los últimos años como un emblema del poder transformador de la palabra, consolidando con justicia su reconocimiento como «el poeta del amor y la esperanza». Estos valores, pilares de su profundo compromiso con un humanismo militante, se incardinan en un lirismo exquisito y lleno de musicalidad, que sigue resonando tras cada poema como una invitación a la belleza y a la reflexión.