Adictos a las pantallas – EL PLURAL

Estamos expuestos a una brecha que no sólo permea nuestra intimidad y reeduca a nuestros hijos y sobrinos, sino que modifica nuestros comportamientos

Hace un par de meses la plataforma Atresmedia anunciaba el estreno una serie documental, “Young Addictions” (Las Adicciones de los Jóvenes), que abordaba el contemporáneo problema de las adicciones de las nuevas generaciones, al juego, a la pornografía en redes, a las sustancias estupefacientes y, sobre todo, a las nuevas tecnologías. La vorágine electoral sobrevenida tras los resultados electorales municipales y autonómicos, que desencadenaron los comicios nacionales, retrasaron su programación en la televisión. Había gran expectativa ante el enfoque de un asunto que nos concierne a todos, no sólo a los jóvenes, aunque estos sean el objetivo principal de educación consumista de los que están detrás de las aplicaciones de las nuevas tecnologías.

 

Con buen criterio, se ha cambiado su título inicial en inglés, aunque la producción es hispano-argentina, por Adictos a las pantallas, título que conecta más con una realidad de la que somos todos víctimas, conscientes o no. Esta producción, con algunos de los estudios y especialistas más reputados sobre la materia, aporta datos acerca de la perversión de los algoritmos informáticos tras las redes sociales más comunes, que dirigen toda una cantidad enorme de recursos de Inteligencia Artificial para hacernos adictos al consumo virtual.

También se apunta cómo, muchos de los estudios científicos más actuales, marcan un cambio en la evolución neuronal del desarrollo cerebral de nuestra especie, en concreto de los más jóvenes, los llamados “nativos digitales”, en los que se va a apreciando una atrofia de las capacidades cognitivas, de las aptitudes sociales y de relaciones con los otros, del desarrollo de la creatividad, la imaginación y el aprendizaje.

 

Entre otros asuntos, se subraya cómo los padres han ido delegando la educación de sus hijos a las pantallas y soportes virtuales, que empiezan a manejar casi desde bebés, y cómo se establecen peligrosas dependencias, además de los riesgos de acoso, abusos y extorsión a los que se exponen a los niños y adolescentes, cuya edad media ya de posesión de un terminal móvil, con todos los peligros que estos entrañan, están ya entre los diez y once años.

 

Entre las reflexiones más espeluznantes, la de los especialistas en los “algoritmos” que reflexionan en cómo, de momento, y no es poco, los datos que barajan sobre nosotros, se usan, casi en exclusividad, para empujarnos a consumir, sin límites de edades. Sin embargo, se explica cómo, según las páginas en las que entramos, los periódicos y artículos en los que clicamos, nuestras preferencias en redes, se están estableciendo toda una serie de ficheros, de perfiles informáticos sobre nosotros, millones de usuarios en el mundo, donde se detallan nuestra ideología política, creencias religiosas, orientación sexual, e incluso nuestra pulsiones más secretas, que quedan reflejadas en nuestros buscadores.

 

Una de la filósofas que opinaban en los documentales reflexionaba sobre “qué pasará si mañana algún régimen totalitario usa esos datos, esa información para hacer limpieza étnica, ideológica, intelectual”… responder esa cuestión, que ya no es un juego de ciencia ficción sino de realidad circundante, es estremecedor.

En unas recientes declaraciones a la periodista Beatriz Pérez Aranda, el coproductor ejecutivo de esta serie documental junto con Manu FabeiroAlejandro Guillermo Roemmers, declaraba que “estamos en un mundo que posibilita estar cada vez más cerca de los que están más lejos, y más lejos de los que están más cerca”. Esta sustitución de los valores humanistas por la fría y calculada al consumo y servidumbre de la inteligencia artificial y sus algoritmos, ponen en cuestión muchos de los paradigmas de lo que somos como especie.

 

Toda esta preocupación está en la base de la obra del escritor, productor y filántropo argentino Roemmers, como apuntó también en la presentación de su última novela en Madrid en La Cátedra Mario Vargas Llosa, de cuya Fundación es colaborador estrecho hace muchos años. Volver a humanizar nuestro mundo debería ser tan urgente como la lucha contra el cambio climático.

Estamos expuestos a una brecha que no sólo permea nuestra intimidad, reeduca a nuestros hijos y sobrinos con pautas de relaciones sociales y sexuales distorsionadas, sino que modifica nuestros comportamientos sociales. Nos hace más tolerantes, cuando no indiferentes al dolor ajeno, nos vuelve menos empático, en aras de una supuesta modernidad que lo es, pero sin discurso, sin peso ético detrás para elegir. Estamos mucho más cerca de ese mundo virtual de ciencia ficción que, hemos creado nosotros, pero que se aleja, cada vez más, de los valores que nos han elevado como especie. En todo esto profundizan estos documentales tan inquietantes como necesarios. Matrix ya está aquí, y es mucho más aterrador y peligroso que en el cine.

EL PLURAL

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Adictos a las pantallas – EL PLURAL

Estamos expuestos a una brecha que no sólo permea nuestra intimidad y reeduca a nuestros hijos y sobrinos, sino que modifica nuestros comportamientos

Hace un par de meses la plataforma Atresmedia anunciaba el estreno una serie documental, “Young Addictions” (Las Adicciones de los Jóvenes), que abordaba el contemporáneo problema de las adicciones de las nuevas generaciones, al juego, a la pornografía en redes, a las sustancias estupefacientes y, sobre todo, a las nuevas tecnologías. La vorágine electoral sobrevenida tras los resultados electorales municipales y autonómicos, que desencadenaron los comicios nacionales, retrasaron su programación en la televisión. Había gran expectativa ante el enfoque de un asunto que nos concierne a todos, no sólo a los jóvenes, aunque estos sean el objetivo principal de educación consumista de los que están detrás de las aplicaciones de las nuevas tecnologías.

 

Con buen criterio, se ha cambiado su título inicial en inglés, aunque la producción es hispano-argentina, por Adictos a las pantallas, título que conecta más con una realidad de la que somos todos víctimas, conscientes o no. Esta producción, con algunos de los estudios y especialistas más reputados sobre la materia, aporta datos acerca de la perversión de los algoritmos informáticos tras las redes sociales más comunes, que dirigen toda una cantidad enorme de recursos de Inteligencia Artificial para hacernos adictos al consumo virtual.

También se apunta cómo, muchos de los estudios científicos más actuales, marcan un cambio en la evolución neuronal del desarrollo cerebral de nuestra especie, en concreto de los más jóvenes, los llamados “nativos digitales”, en los que se va a apreciando una atrofia de las capacidades cognitivas, de las aptitudes sociales y de relaciones con los otros, del desarrollo de la creatividad, la imaginación y el aprendizaje.

 

Entre otros asuntos, se subraya cómo los padres han ido delegando la educación de sus hijos a las pantallas y soportes virtuales, que empiezan a manejar casi desde bebés, y cómo se establecen peligrosas dependencias, además de los riesgos de acoso, abusos y extorsión a los que se exponen a los niños y adolescentes, cuya edad media ya de posesión de un terminal móvil, con todos los peligros que estos entrañan, están ya entre los diez y once años.

 

Entre las reflexiones más espeluznantes, la de los especialistas en los “algoritmos” que reflexionan en cómo, de momento, y no es poco, los datos que barajan sobre nosotros, se usan, casi en exclusividad, para empujarnos a consumir, sin límites de edades. Sin embargo, se explica cómo, según las páginas en las que entramos, los periódicos y artículos en los que clicamos, nuestras preferencias en redes, se están estableciendo toda una serie de ficheros, de perfiles informáticos sobre nosotros, millones de usuarios en el mundo, donde se detallan nuestra ideología política, creencias religiosas, orientación sexual, e incluso nuestra pulsiones más secretas, que quedan reflejadas en nuestros buscadores.

 

Una de la filósofas que opinaban en los documentales reflexionaba sobre “qué pasará si mañana algún régimen totalitario usa esos datos, esa información para hacer limpieza étnica, ideológica, intelectual”… responder esa cuestión, que ya no es un juego de ciencia ficción sino de realidad circundante, es estremecedor.

En unas recientes declaraciones a la periodista Beatriz Pérez Aranda, el coproductor ejecutivo de esta serie documental junto con Manu FabeiroAlejandro Guillermo Roemmers, declaraba que “estamos en un mundo que posibilita estar cada vez más cerca de los que están más lejos, y más lejos de los que están más cerca”. Esta sustitución de los valores humanistas por la fría y calculada al consumo y servidumbre de la inteligencia artificial y sus algoritmos, ponen en cuestión muchos de los paradigmas de lo que somos como especie.

 

Toda esta preocupación está en la base de la obra del escritor, productor y filántropo argentino Roemmers, como apuntó también en la presentación de su última novela en Madrid en La Cátedra Mario Vargas Llosa, de cuya Fundación es colaborador estrecho hace muchos años. Volver a humanizar nuestro mundo debería ser tan urgente como la lucha contra el cambio climático.

Estamos expuestos a una brecha que no sólo permea nuestra intimidad, reeduca a nuestros hijos y sobrinos con pautas de relaciones sociales y sexuales distorsionadas, sino que modifica nuestros comportamientos sociales. Nos hace más tolerantes, cuando no indiferentes al dolor ajeno, nos vuelve menos empático, en aras de una supuesta modernidad que lo es, pero sin discurso, sin peso ético detrás para elegir. Estamos mucho más cerca de ese mundo virtual de ciencia ficción que, hemos creado nosotros, pero que se aleja, cada vez más, de los valores que nos han elevado como especie. En todo esto profundizan estos documentales tan inquietantes como necesarios. Matrix ya está aquí, y es mucho más aterrador y peligroso que en el cine.

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