Reseña de “Morir lo necesario”, por María Rosa Lojo



La sorpresa que me produjo que un poeta, a quien conozco y es un gran mecenas de la poesía, escribiera una novela policial… Si bien no es tan sorprendente porque Edgar Allan Poe, también poeta, fue el precursor, el iniciador del género policial. En el caso de “Morir lo necesario”, la novela es engañosa, depara muchas sorpresas y entre ellas, la primera es que parece encajar en el formato de un policial clásico que pretende responder la pregunta “¿Quién lo hizo?”, pero vamos comprobando – a medida que la trama se adentra en la psicología de los personajes – que lo que en verdad importa es más bien “¿Por qué lo hizo? ¿Por qué lo hicieron? ¿Cómo fue posible que las cosas desembocaran ahí, que terminaran de esa manera?”.

Una de las cuestiones fundamentales que plantea de manera dramática y dinámica este libro es precisamente cómo una persona común, sin la menor disposición aparente para eso, puede llegar a convertirse en criminal; cómo la responsabilidad social del crimen, su multicausalidad se entreteje con las malas decisiones personales y las coyunturas infortunadas. La novela tiene mucho trabajo realizado, una intriga compleja y bien tejida que se desarrolla en distintos escenarios: desde Palermo chico, en la capital federal, a la localidad conurbana de San Fernando; hasta Nueva York y Brasil… E incluye un variado abanico de personajes: indigentes, personajes de clase media, millonarios del mundo de la empresa, desplazados que viven en la marginalidad del narcotráfico fastuosamente como capos de mafias, como soldados intercambiables o como adictos.


En el medio de todo está la fisura de la pandemia, que impide el retorno de Miguel Alvarado, uno de los protagonistas, desde Nueva York a Buenos Aires. Al menos le impide el retorno por las vías habituales: no tiene recursos, no puede conseguir un pasaje y termina haciendo una increíble travesía por mar, en un velero clandestino que lo pondrá en conexión con el mercado internacional de la droga.

Voy a dejar a los lectores ir armando el ingenioso rompecabezas que la novela proporciona, y que es parte de su seducción, pero quisiera referirme a algo fundamental: los conflictos humanos que la integran y la configuran como una intensa novela psicológica. La narración se focaliza en la mirada de dos protagonistas: el joven Miguel Alvarado y el detective Luis Fernández. Nunca se conocerán entre sí. Miguel llega a Fernández ya como un caso para investigar, solo después de su muerte. Sin embargo, sus vidas se verán profundamente conectadas, tanto desde la intriga como desde la médula del drama que los atraviesa. La relación del padre con el hijo varón; la construcción de la masculinidad tradicional como fundamento de la jerarquía de géneros en la vieja estructura del patriarcado se pone en jaque de manera radical en “Morir lo necesario”, y creo que es una de las razones que hacen de éste libro una nueva novela de actualidad.

Hijo único de un matrimonio de clase media, padre médico, madre profesora, Miguel se debate entre el mandato familiar (recibirse, consolidar su porvenir) y su íntimo deseo de ser músico. Sabe que para su padre es un hijo algo decepcionante, un blando – según la expresión despectiva que éste a menudo utiliza –, un consentido al que se debe orientar y sujetar para que no malgaste su tiempo en tonterías. Por otra parte, Miguel cae bajo la fascinación de Facundo, su amigo desde la niñez. Este personaje vive por su cuenta y dispone de lujos y recursos económicos de origen desconocido y encarna un ideal de poder y autonomía que parecen, a Miguel, tan admirables como inalcanzables. Facundo ha protegido siempre a éste amigo un poco desvalido; también ha despertado en él sentimientos que Miguel se niega a admitir. Tanto el acoso traumático de sus compañeros en la escuela – el bullying que siempre existió – donde es objeto de burlas crueles con el rechazo y el ninguneo, como experiencias eróticas consensuadas y vividas luego, tiempo más tarde con Facundo, en una noche transgresora con alcohol y drogas, son recuerdos reprimidos de Miguel que se resisten a aflorar y que emergen de la novela como flashbacks. En estas escenas que la consciencia evita se ocultan claves del pasado y del presente de Miguel; claves que representan también puntos neurálgicos del orden social, lo personal y político. Las humillaciones que Miguel ha sufrido y sufre remiten a un concepto retrógrado y brutal de la masculinidad; el medio hostil, su precaria autoestima, la vergüenza de sus propios deseos socavan su ánimo y lo convierten en esclavo de la mirada de los otros.

Por su parte, el detective Fernández se enfrenta a una insistencia solitaria, con escasas ratificaciones materiales y afectivas. Separado, es padre de un hijo aún niño, a quien dedica una atención oscilante. Se refugia en el trabajo de la agria relación con su ex esposa, que le reprocha su repudio del hijo mayor, Mauricio, por sus inclinaciones homosexuales. Mientras tanto, el detective tiene que aceptar el avance de su propia profesión de otros modelos de género, como el que ofrece la oficial Romina Lacase, personaje secundario pero siempre activa y presente. Se trata de una joven brillante, vestida como una hippie o una estudiante de artes. Fernández a veces la maltrata pero la necesita; en definitiva la admira. Es justamente un hallazgo de Romina lo que le permite vislumbrar la punta del iceberg que conduce a toda la investigación posterior.

Y nos queda la incógnita del misterioso Facundo De Tomaso, ese amigo y ocasional amante de Miguel que también es un personaje marcado por un vínculo paterno familiar fatídico. Ha sido un niño huérfano de madre, decepcionado de un padre que ha sido alcohólico y que al comienzo de su adolescencia lo deja en la cárcel una noche, donde está por una falta menor… Lo deja junto a delincuentes y policías sádicos para impartir una categórica lección al hijo rebelde. Por supuesto, logra el efecto contrario al deseado. Claro que ese padre, a su vez, es la víctima de un sistema perverso y fallido. Trabajador laborioso y obediente en su juventud, primero en el sector público, luego en la empresa privada, Leonardo de Tomaso ha sido defraudado, estafado y expulsado por la trama corrupta de esas dos estructuras institucionales en las que depositó sucesivamente su confianza y aquí vemos cómo el policial negro también aporta lo suyo.

Facundo es el eslabón que une, en la intriga novelesca, todos los personajes y los crímenes que se van encadenando. Los lectores lo conocemos por sus actos y desde la mirada de otros personajes; no tenemos acceso a su interioridad, como ocurre en cambio con Miguel y con Fernández. A la vez ángel y demonio, mentor y  tirano, víctima y victimario, es un héroe claro-oscuro que arroja sombra y luz sobre los demás. En su ambivalencia incorpora muchos de los rasgos odiosos y odiados del padre patrón. Desde su misma presencia física se impone por su fuerza; puede ejercer despiadadamente el poder de manipulación y desprecio sobre seres más débiles, a los que maneja como títeres. Por otro lado, sin embargo, quiere reivindicar a la manera de un filántropo su nombre de familia: crear canchas de fútbol para los jóvenes en el predio abandonado de la fábrica, un espacio de enorme carga simbólica para él, ese espacio perdido de trabajo, el lugar testigo del disgusto, la exoneración y la degradación de su padre.

“¿Qué hubiera pasado si…?” es la pregunta que los lectores inevitablemente nos hacemos cuando llegamos al final de esta novela que interpela y conmueve. ¿Qué hubiera pasado si los modelos de paternidad y masculinidad hubieran sido otros? ¿Si las instituciones públicas y privadas no permitiesen o premiasen el delito? ¿Si, como lo reclama la voz de Laura, madre de Mauricio, fuésemos capaces de aceptar la diferencia, el derecho a ser de nuestros hijos, el derecho a amar a quienes quieran, a elegir lo que desean para sus vidas? ¿Qué pasa con los responsables indirectos?, pregunta ella. ¿Qué pasa con la quita de amor o los insultos soltados al aire como si  no tuviesen efecto alguno?

“Morir lo necesario”, novela policial escrita por un poeta, cambia como la poesía nuestra mirada sobre lo habitual, sobre aquello que damos por sentado; reclama positivamente un giro de la percepción y de la acción; nos sacude desde sus hijos heridos y sus padres también heridos, frágiles y vulnerables ante la desdicha que ellos mismos han contribuido a provocar. Quienes avancen en su lectura encontrarán en sus páginas entretenimiento de calidad, suspenso, placer estético, pero sobre todo, no podrán salir de ella indiferentes.

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Reseña de “Morir lo necesario”, por María Rosa Lojo



La sorpresa que me produjo que un poeta, a quien conozco y es un gran mecenas de la poesía, escribiera una novela policial… Si bien no es tan sorprendente porque Edgar Allan Poe, también poeta, fue el precursor, el iniciador del género policial. En el caso de “Morir lo necesario”, la novela es engañosa, depara muchas sorpresas y entre ellas, la primera es que parece encajar en el formato de un policial clásico que pretende responder la pregunta “¿Quién lo hizo?”, pero vamos comprobando – a medida que la trama se adentra en la psicología de los personajes – que lo que en verdad importa es más bien “¿Por qué lo hizo? ¿Por qué lo hicieron? ¿Cómo fue posible que las cosas desembocaran ahí, que terminaran de esa manera?”.

Una de las cuestiones fundamentales que plantea de manera dramática y dinámica este libro es precisamente cómo una persona común, sin la menor disposición aparente para eso, puede llegar a convertirse en criminal; cómo la responsabilidad social del crimen, su multicausalidad se entreteje con las malas decisiones personales y las coyunturas infortunadas. La novela tiene mucho trabajo realizado, una intriga compleja y bien tejida que se desarrolla en distintos escenarios: desde Palermo chico, en la capital federal, a la localidad conurbana de San Fernando; hasta Nueva York y Brasil… E incluye un variado abanico de personajes: indigentes, personajes de clase media, millonarios del mundo de la empresa, desplazados que viven en la marginalidad del narcotráfico fastuosamente como capos de mafias, como soldados intercambiables o como adictos.


En el medio de todo está la fisura de la pandemia, que impide el retorno de Miguel Alvarado, uno de los protagonistas, desde Nueva York a Buenos Aires. Al menos le impide el retorno por las vías habituales: no tiene recursos, no puede conseguir un pasaje y termina haciendo una increíble travesía por mar, en un velero clandestino que lo pondrá en conexión con el mercado internacional de la droga.

Voy a dejar a los lectores ir armando el ingenioso rompecabezas que la novela proporciona, y que es parte de su seducción, pero quisiera referirme a algo fundamental: los conflictos humanos que la integran y la configuran como una intensa novela psicológica. La narración se focaliza en la mirada de dos protagonistas: el joven Miguel Alvarado y el detective Luis Fernández. Nunca se conocerán entre sí. Miguel llega a Fernández ya como un caso para investigar, solo después de su muerte. Sin embargo, sus vidas se verán profundamente conectadas, tanto desde la intriga como desde la médula del drama que los atraviesa. La relación del padre con el hijo varón; la construcción de la masculinidad tradicional como fundamento de la jerarquía de géneros en la vieja estructura del patriarcado se pone en jaque de manera radical en “Morir lo necesario”, y creo que es una de las razones que hacen de éste libro una nueva novela de actualidad.

Hijo único de un matrimonio de clase media, padre médico, madre profesora, Miguel se debate entre el mandato familiar (recibirse, consolidar su porvenir) y su íntimo deseo de ser músico. Sabe que para su padre es un hijo algo decepcionante, un blando – según la expresión despectiva que éste a menudo utiliza –, un consentido al que se debe orientar y sujetar para que no malgaste su tiempo en tonterías. Por otra parte, Miguel cae bajo la fascinación de Facundo, su amigo desde la niñez. Este personaje vive por su cuenta y dispone de lujos y recursos económicos de origen desconocido y encarna un ideal de poder y autonomía que parecen, a Miguel, tan admirables como inalcanzables. Facundo ha protegido siempre a éste amigo un poco desvalido; también ha despertado en él sentimientos que Miguel se niega a admitir. Tanto el acoso traumático de sus compañeros en la escuela – el bullying que siempre existió – donde es objeto de burlas crueles con el rechazo y el ninguneo, como experiencias eróticas consensuadas y vividas luego, tiempo más tarde con Facundo, en una noche transgresora con alcohol y drogas, son recuerdos reprimidos de Miguel que se resisten a aflorar y que emergen de la novela como flashbacks. En estas escenas que la consciencia evita se ocultan claves del pasado y del presente de Miguel; claves que representan también puntos neurálgicos del orden social, lo personal y político. Las humillaciones que Miguel ha sufrido y sufre remiten a un concepto retrógrado y brutal de la masculinidad; el medio hostil, su precaria autoestima, la vergüenza de sus propios deseos socavan su ánimo y lo convierten en esclavo de la mirada de los otros.

Por su parte, el detective Fernández se enfrenta a una insistencia solitaria, con escasas ratificaciones materiales y afectivas. Separado, es padre de un hijo aún niño, a quien dedica una atención oscilante. Se refugia en el trabajo de la agria relación con su ex esposa, que le reprocha su repudio del hijo mayor, Mauricio, por sus inclinaciones homosexuales. Mientras tanto, el detective tiene que aceptar el avance de su propia profesión de otros modelos de género, como el que ofrece la oficial Romina Lacase, personaje secundario pero siempre activa y presente. Se trata de una joven brillante, vestida como una hippie o una estudiante de artes. Fernández a veces la maltrata pero la necesita; en definitiva la admira. Es justamente un hallazgo de Romina lo que le permite vislumbrar la punta del iceberg que conduce a toda la investigación posterior.

Y nos queda la incógnita del misterioso Facundo De Tomaso, ese amigo y ocasional amante de Miguel que también es un personaje marcado por un vínculo paterno familiar fatídico. Ha sido un niño huérfano de madre, decepcionado de un padre que ha sido alcohólico y que al comienzo de su adolescencia lo deja en la cárcel una noche, donde está por una falta menor… Lo deja junto a delincuentes y policías sádicos para impartir una categórica lección al hijo rebelde. Por supuesto, logra el efecto contrario al deseado. Claro que ese padre, a su vez, es la víctima de un sistema perverso y fallido. Trabajador laborioso y obediente en su juventud, primero en el sector público, luego en la empresa privada, Leonardo de Tomaso ha sido defraudado, estafado y expulsado por la trama corrupta de esas dos estructuras institucionales en las que depositó sucesivamente su confianza y aquí vemos cómo el policial negro también aporta lo suyo.

Facundo es el eslabón que une, en la intriga novelesca, todos los personajes y los crímenes que se van encadenando. Los lectores lo conocemos por sus actos y desde la mirada de otros personajes; no tenemos acceso a su interioridad, como ocurre en cambio con Miguel y con Fernández. A la vez ángel y demonio, mentor y  tirano, víctima y victimario, es un héroe claro-oscuro que arroja sombra y luz sobre los demás. En su ambivalencia incorpora muchos de los rasgos odiosos y odiados del padre patrón. Desde su misma presencia física se impone por su fuerza; puede ejercer despiadadamente el poder de manipulación y desprecio sobre seres más débiles, a los que maneja como títeres. Por otro lado, sin embargo, quiere reivindicar a la manera de un filántropo su nombre de familia: crear canchas de fútbol para los jóvenes en el predio abandonado de la fábrica, un espacio de enorme carga simbólica para él, ese espacio perdido de trabajo, el lugar testigo del disgusto, la exoneración y la degradación de su padre.

“¿Qué hubiera pasado si…?” es la pregunta que los lectores inevitablemente nos hacemos cuando llegamos al final de esta novela que interpela y conmueve. ¿Qué hubiera pasado si los modelos de paternidad y masculinidad hubieran sido otros? ¿Si las instituciones públicas y privadas no permitiesen o premiasen el delito? ¿Si, como lo reclama la voz de Laura, madre de Mauricio, fuésemos capaces de aceptar la diferencia, el derecho a ser de nuestros hijos, el derecho a amar a quienes quieran, a elegir lo que desean para sus vidas? ¿Qué pasa con los responsables indirectos?, pregunta ella. ¿Qué pasa con la quita de amor o los insultos soltados al aire como si  no tuviesen efecto alguno?

“Morir lo necesario”, novela policial escrita por un poeta, cambia como la poesía nuestra mirada sobre lo habitual, sobre aquello que damos por sentado; reclama positivamente un giro de la percepción y de la acción; nos sacude desde sus hijos heridos y sus padres también heridos, frágiles y vulnerables ante la desdicha que ellos mismos han contribuido a provocar. Quienes avancen en su lectura encontrarán en sus páginas entretenimiento de calidad, suspenso, placer estético, pero sobre todo, no podrán salir de ella indiferentes.

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