Podrá un día quedar abandonado
en la orilla el amor que me ha movido,
barco cerril, por el desdén mordido
que solo a viento y mar será amarrado.
Podrá el infierno ser de mi pecado,
perder la primavera sin un nido
y en las ramas del árbol malquerido
quedar el fruto nunca arrebatado.
Pero no hay sino, hado, ni ventura
que dé mayor grandeza al sentimiento
que este simple querer que no procura.
Y ahora que vencido el pensamiento,
vivir es mi pasión y mi aventura,
de nada cuanto hice me arrepiento.
Este es el soneto, con aliento de Quevedo, del gran poeta argentino, Alejandro Roemmers, citado por José María Aznar en el Congreso de los Diputados. La poesía emociona, solidariza, se enciende en la paz y en la armonía de la sociedad y hasta contribuye en el Congreso de los Diputados a esclarecer posiciones controvertidas. Verso encendido del amor incierto, escribí en la revista El Cultural en 2017, Alejandro Roemmers lleva a España en el corazón. Y afirma: “Versos ciegos, ardidos, desolados, contra la furia indigna de los vientos, hombría del soneto castellano”. Y habla de la noche sobre el paisaje que abraza el Monasterio de El Escorial, dormida la historia en la explanada que ciñe su cintura de granito.
José María Aznar, por cierto, está en plena forma. Escuché íntegra su intervención en el Congreso de los Diputados y barrió con humor y contundencia a todos sus rivales. Su cita final al poema de Roemmers, por cierto, no es ajena a su formación. He tenido ocasión de conversar con él sobre poesía. Recuerdo un día en que me hizo sagaces consideraciones sobre Donde habite el olvido, también sobre Vivir sin estar viviendo, de Luis Cernuda, poeta que conoce a fondo.
Es una delicia, en fin, que, en medio de tanta mediocridad y tanta ramplonería, un político cite a uno de los poetas argentinos más presentes por su extraordinaria calidad lírica en el mundo internacional.
Luis María ANSON
de la Real Academia Española