El detective Luis G. Fernández, o la oficial Romina Lacase no son personajes creados por Manuel Vázquez Montalbán, ni tampoco por Patricia Highsmith, sin embargo ahí están husmeando e intentando esclarecer un crimen ocurrido en un entorno de clase alta, que es a la que se refiere el autor. De esos que no se preocupan por el sustento diario, porque lo tienen todo. Tienen tantos sueños, que la colección de boliches y whiskies, o tragos que consumen cada noche en boliches diferentes, es lo único que les aporta una sutil dosis de adrenalina. Claro que dosis más altas de vértigo noctámbulo se lo provocan otros ingredientes, ya te imaginarás de qué se trata. Acá, como siempre, hay un crimen a esclarecer, que se da en un entorno inmerso en prejuicios de años pasados, donde un beso puede desencadenar un drama. A veces, los prejuicios, cuando se dan en personas de un mismo sexo y no se han superado los mandatos del establishment cultural, provocan risa. Parece que un beso puede convertirse en una cuestión de vida o muerte. Pero cada uno toma los hechos como mejor lo prefiere, o a la medida de sus prejuicios de obediencia debida, o `de vida`. ¿Se les ocurrió pensar alguna vez que un crimen puede ser provocado, simplemente, por no haber podido superar las reglas que impone una sociedad perversamente hipócrita? O quizás esto sea sólo una excusa para dejar disparar, sin retorno, los instintos más perversos, que pueden “dispararse” , para utilizar una palabra que está presente en esta novela, en esta segunda novela, de Alejandro G. Roemmers “Morir lo necesario”.
“Un zumbido, como una nota de piano larga y aguda en su oído, lo enmudeció todo: el golpe del cuerpo de… contra el piso y el martilleo de su corazón. La pistola, todavía caliente, resbaló de sus dedos y también cayó al piso pero… no escuchó sonido alguno. Un momento de paz. El zumbido desapareció…” estas frases en sí no dicen nada. Pero lo que sí dicen, son las descripciones de un grupo social que quizás es el causante de ese final trágico de uno de sus protagonistas, al que el escritor le va midiendo sus tiempos internos, sus tilinguerías, para dejarse someter por los otros, para pocas veces decir que sí, o que no. Radiografía de una persona típicamente argentina. Clubes caros, countries cerrados, vidas con amplias comodidades y conversaciones banales, a pesar de estudios cursados en colegios de zona Norte.
Alejandro G. Roemmers – ¡sí, conoces su apellido por los Laboratorios¡ – es poeta y la poesía, la suya, le sirve para esclarecer ideas, para destrabar conceptos, aclarar pensamientos, sugerirle tramas que le entusiasma continuar. Amigo de don Mario Vargas Llosa, que lo presentó en la última Feria del Libro, “Morir lo necesario”, como dijimos, es la segunda novela de Alejandro G. Roemmers, outsider de la escritura, la que practica como una necesidad imperiosa, vital, oxigenante. En sus textos no hay demasiada sangre derramada, ni escenas gore, ni tampoco él es un James Ellroy, pero su trama es aguda, livianamente tóxica, en el sentido que te sugiere a través de una descripción suave y sin grandes sobresaltos, que algo en un algún instante te va a sobresaltar. Mientras tanto, es un escritor que te deleita con su narración, como si fuera una charla amena, mientras bebes un trago con un amigo. Pero no te confíes demasiado, porque después de minuciosas descripciones, te puede asestar el golpe de gracia. Lo publicó Grijalbo.